Reapertura de la Exposición Permanente de Menacho
El 15 de octubre el antiguo Palacio de Capitanía de Badajoz volvió a abrir sus puertas tras un largo periodo cerrado al público, pues a los desperfectos de la fachada producidos por los temporales de primavera se sumó la llegada de la pandemia.
Para esta esperada ocasión se ha presentado una exposición temporal sobre la Operación Balmis, con fotografías y materiales utilizados por las unidades de la Brigada Extremadura XI en su lucha contra la pandemia.
Pero también hay novedades en la Exposición Permanente del General Menacho. La Sala 2, dedicada a los sitios de Badajoz, acoge ahora los proyectiles de artillería cedidos por la Jefatura Superior de Policía de Badajoz, conservados en sus instalaciones tras diversas actuaciones del grupo TEDAX en varios edificios del casco antiguo de la ciudad.
La entrega oficial se hizo el año pasado, pero el estado de conservación de los proyectiles, tras más de doscientos años incrustados en suelos y paredes, con la lógica humedad y corrosión, hacía necesario un tratamiento de conservación/restauración, que corrió a cargo de nuestro especialista Juan Altieri. A la eliminación de la capa de suciedad y corrosión formada sobre las superficies le siguió un tratamiento de protección que evitara nuevas oxidaciones, manteniendo el aspecto original de unas piezas de hierro fundido con esa antigüedad.
Debido a lo reducido de los espacios disponibles, se limitaron los fondos expuestos a una muestra lo más amplia y significativa posible de los artefactos lanzados a miles sobre nuestra ciudad durante los cuatro asedios sufridos en poco más de un año, entre febrero de 1811 y abril de 1812.
Se trata de tres balas de cañón de artillería de sitio, de 8, 12 y 24 libras respectivamente, una granada de obús de a 9 y una impresionante bomba de mortero de a 12, de casi 50 kg de peso.
Las balas son bolas macizas de hierro fundido con las que se machacaban insistentemente las murallas para tratar de derribarlas, abriendo así la brecha necesaria para el asalto final, y aquellas cuyos tiros quedaban altos, pasaban por encima de los muros e impactaban en los lugares más inesperados de la ciudad.
La bomba y la granada son bolas huecas, con un grosor de tres a cuatro centímetros de hierro, que en su momento se rellenaban de pólvora y lanzadas con una rudimentaria espoleta de madera explosionaban en el aire lanzando sus tremendos fragmentos sobre los sufridos defensores. También hay en la colección algunos de esos “cascos de metralla” que batían un radio de unos 20 metros alrededor del punto de explosión, destrozando todo lo que encontraban a su paso.
En el Diario de Menacho, algunas de cuyas hojas en facsímil se pueden contemplar en la siguiente sala, recogía día por día el número de balas de cañón, bombas de mortero y granadas de obús que caían sobre la ciudad sitiada, gracias al arriesgadísimo trabajo realizado por los vigías situados en la torre de la Catedral. Caían las granadas, que los obuses no caen, pues son las piezas que las disparan y normalmente quedaban en sus asentamientos. Precisamente un obús corto “de a 5” (unos 115 mm de calibre, de unos 1800 m de alcance máximo) comparte vitrina expositora en la misma sala.
Bien que podrá calcularse por el que sepa que solo en doce horas arrojaron 658 granadas, 730 balas y 152 bombas, que en todo componen 1540 tiros. Sin embargo que por más cuidado que hubiese en la Torre de San Juan, se cree con evidencia fueron muchos más los tiros.[1]
Como vemos, un observador avezado podía distinguir los tiros hasta el punto de llevar el conteo diferenciado de unos y otros. Por el sonido, el tiempo de duración de la trayectoria y la manera de impactar, básicamente…
Trataremos de explicarlo, combinando los proyectiles con las armas que los disparan:
Los cañones disparan en esta época normalmente balas macizas de hierro fundido. Su trayectoria es tensa, lo que los militares llaman “el primer sector”, por lo que necesitan “ver su objetivo”. De ahí todo el trabajo de zapa para ir aproximando los asentamientos de los cañones cada vez más cerca de las murallas, ya que el sistema abaluartado tenía su fuerza precisamente en ocultar sus muros en los fosos, tras los taludes que bordeaban el perímetro del camino cubierto, obligando de esta manera al atacante a aproximar sus cañones casi hasta el borde del foso para poder batir con eficacia el sector de la muralla elegido para abrir brecha.
Los morteros, por el contrario, tiran por “el segundo sector”, con un ángulo grande que les permita pasar por encima de las murallas, de los obstáculos en general, para caer sobre sus enemigos. Y como el disparo les llega desde arriba, el efecto mayor lo provoca disparando proyectiles huecos rellenos de explosivo que estallen en alto lanzando la metralla con fuerza sobre el suelo, y todo lo que haya sobre él.
Esos proyectiles huecos son las bombas, si tienen un calibre grande, entre los 215 y los 325 mm, y las granadas, si su calibre es menor (entre los 105 y 166 mm).
¿Y los obuses? Pues los obuses son unas armas que pueden tirar tanto en tiro tenso (1er sector) como por elevación (2º sector). Son muy versátiles, ya que se pueden utilizar para finalidades distintas, pero en su defecto hay que decir que, en esta época, tenían que ser de pequeño calibre (disparaban por tanto granadas) ya que los afustes no permitían grandes elevaciones en tubos muy largos y pesados como los de los cañones de gran calibre.
Así pues, en la exposición del Palacio de Capitanía, podemos ver ahora balas de cañón, bombas de mortero y granadas de obús, con obús incluido. Una buena ocasión para fijar conocimientos de la forma más gráfica posible…
[1] Del Diario de Menacho, correspondiente al 26 de febrero de 1811.